EL LENGUAJE DE LOS SENTIDOS
Publicado el 21 de Mayo de 2025
Hay libros que no se leen. Se huelen, se saborean, se palpan. Libros donde las palabras no sólo dicen, sino que tocan. Y lo hacen con la precisión de una caricia o con la violencia de una bofetada. Porque la buena literatura no se contenta con contar lo que pasa. Aspira a hacer que lo vivas. Que lo sufras. Que lo recuerdes con los cinco sentidos, como se recuerda un amor perdido o un plato de la infancia.
De eso va este asunto. Del lenguaje como puente entre el mundo físico y el mundo imaginado. De cómo un autor, si es bueno, puede conseguir que al pasar una página huelan las naranjas de Valencia, resuene en la boca el amargor del café sin azúcar o se sienta en la piel la brisa del sur al caer la tarde.
En Como agua para chocolate, Laura Esquivel no escribe una historia de amor. Cocina una pasión. Literalmente. Cada capítulo es una receta, sí, pero también una metáfora de lo que cuece por dentro. El deseo, la rabia, la nostalgia… Todo huele, sabe y duele. Y uno, mientras lee, tiene la impresión de que esas emociones podrían freír un huevo o levantar un hervor.
Carlos Ruiz Zafón, por su parte, en La sombra del viento, hizo de Barcelona un territorio sensorial. Esa ciudad húmeda, llena de libros y de sombras, no solo se ve. Se respira. Se oye. A veces incluso parece que se puede tocar. Como si las páginas se impregnaran del polvo de sus calles o del perfume rancio de una librería cerrada al mundo.
Y ahí está el secreto: la literatura que se recuerda no es la que solo se entiende, sino la que se siente. La que convierte al lector en cómplice, en testigo con los poros abiertos. Porque hay frases que tienen textura, adjetivos que cortan como cristales y escenas que dejan un regusto que no se va.
También hay que decirlo: eso no se enseña. O se tiene, o no se tiene. Hay escritores que te cuentan una batalla y no te dejan ni el humo de la pólvora. Y hay otros que te describen una habitación en ruinas y te dejan dentro el olor de la humedad y la melancolía.
Tal vez por eso seguimos leyendo. Porque en los libros no solo buscamos historias. Buscamos revivir lo que no vivimos. Saborear lo que no probamos. Llorar con lo que no nos pasó, pero podría habernos pasado. Y cuando un autor consigue que un lector se emocione al oler el jazmín que no está o al tocar la piel que nunca rozará, entonces —y sólo entonces— ha vencido al tiempo, a la distancia y a la muerte.
Eso es la literatura. Una sinestesia de lo imposible. El milagro de hacer real lo imaginado. Y de poner en nuestras manos, ojos, boca y alma… lo que solo existía en su cabeza.
Y a veces —las mejores veces—, también en la nuestra.
JMG