EXPLORANDO EL MUNDO SIN SALIR DE CASA
Publicado el 25 de Junio de 2025
Hay viajes que no necesitan maleta. Ni billetes. Ni despertadores. Viajes que comienzan en el susurro de una página y terminan —si es que terminan— en algún lugar de uno mismo.
No hay aduana más generosa que la de un buen libro. A través de sus fronteras de tinta cruzamos pueblos, montañas, lenguas y costumbres. Leer es, quizá, la forma más íntima y profunda de viajar: no con los ojos, sino con el alma.
Recuerdo cómo descubrí el Pirineo con las palabras de Maria Barbal en Pedra de tartera. No era solo Llessui ni un rincón de Pallars Sobirà: era la dureza de la vida rural, la memoria colectiva, la guerra que no entiende de cordilleras. Viajar a través de su prosa era caminar descalzo por una tierra que dolía y abrazaba al mismo tiempo.
También me ocurrió con Campos de Níjar, de Juan Goytisolo. La Almería de los años cincuenta se desplegaba ante mí como un mapa humano de silencios, polvo y dignidad. Me vi recorriendo caminos polvorientos, conversando con campesinos que hablaban más con los ojos que con las palabras. No había GPS, solo intuición y mirada atenta. Y eso bastaba.
Y qué decir de El Quadern gris, de Josep Pla. Cada línea es una caminata por el Empordà, por sus olores, su clima, su carácter. Basta cerrar los ojos para oír la tramuntana y ver los tejados de Palafrugell con esa mezcla de melancolía y precisión que solo él sabía conjugar. Leer a Pla no es solo leer: es habitar.
Porque eso hacen los libros: nos llevan a donde no hemos estado y nos traen de vuelta siendo otros. Nos prestan ojos ajenos, paisajes que aún no pisamos pero sentimos nuestros. Nos permiten recorrer la Rambla de Barcelona en los años veinte o escuchar el eco del mar en una cala de Menorca.
Hay quien cree que leer es una forma de evasión. Yo diría que es una forma de llegada. Leer es llegar a uno mismo por caminos que no sabíamos que existían. Es reconocerse en un personaje de otro tiempo, en una calle sin nombre, en un sentimiento que creíamos olvidado.
Cada libro que abrimos es una puerta secreta a un rincón del mundo… y a un rincón oculto de nosotros mismos. Basta un sofá y un poco de silencio. Lo demás lo pone la literatura: una estación perdida en el mapa, una conversación bajo un limonero, un cielo de Granada o un tren comarcal cruzando la plana de Lleida.
Así que si este verano no puedes viajar, abre un libro. Y si puedes viajar, llévate uno contigo. Porque hay lugares que solo existen cuando alguien los escribe. Y destinos que solo se alcanzan cuando alguien se atreve a leerlos.
JMG