"Explorando el mundo a través de la pluma y la poesía"
PALABRAS CONTRA LA INJUSTICIA
Publicado el 28 de Marzo de 2025
La literatura nunca ha sido un arte inofensivo. Quien diga lo contrario, o no ha leído lo suficiente o ha preferido mirar para otro lado. Desde que el ser humano aprendió a contar historias, ha utilizado las palabras como arma, como escudo, como grito de guerra contra las injusticias que lo rodeaban. Porque hay momentos en los que la pluma no solo es más fuerte que la espada: es lo único que queda cuando todo lo demás ha fallado.
Desde los primeros cantos épicos hasta las novelas de hoy, la literatura ha servido para señalar con el dedo aquello que muchos preferirían esconder. Espejo de la sociedad, testimonio de lo que otros intentan enterrar bajo discursos de conveniencia. Porque, al final, todo se reduce a lo mismo: los poderosos cuentan la historia a su manera, pero siempre hay un escritor dispuesto a desafiar la versión
oficial, a dar voz a quienes nunca la tuvieron.
Ahí está Matar a un ruiseñor , de Harper Lee. Una historia que, bajo la inocencia de los ojos de una niña, desnuda las miserias de una sociedad podrida por el racismo y la intolerancia. Atticus Finch, con su dignidad a prueba de balas, se enfrenta a un sistema que ya ha dictado sentencia antes incluso de que suene el martillo del juez.
Es el retrato de una lucha que sigue vigente, porque los prejuicios rara vez mueren; sólo cambian de disfraz. O Los santos inocentes , de Miguel Delibes, que duele porque es real, porque cualquiera que haya pisado el campo español con los ojos bien abiertos sabe que
esas historias existieron. Un mundo de caciques y siervos, de abusos silenciados, de obediencia forzada por la necesidad. Paco el Bajo y Régula no son personajes de novela, son la memoria de generaciones enteras que aprendieron a vivir con la cabeza gacha. Hasta que uno ya no aguanta más.
Pero la literatura no solo ha denunciado injusticias pasadas; también ha servido para despertar conciencias en su propio tiempo. Ahí están las obras de Émile Zola, que se jugó la vida con su famoso “Yo acuso” en defensa del capitán Dreyfus, injustamente condenado por un crimen que no cometió. O Victor Hugo, convertido en enemigo del poder por atreverse a escribir sobre los miserables que su país pretendía ignorar.
Porque lo fácil siempre ha sido mirar hacia otro lado. Lo difícil, escribirlo para que nadie pueda hacerlo. Porque la literatura es eso: una forma de decir “basta” cuando el mundo pretende que callemos. No cambia la historia de golpe, no tumba regímenes ni revierte
injusticias de la noche a la mañana. Pero siembra la duda. Abre los ojos. Enciende una chispa que, con el tiempo, puede prender fuego a todo un sistema.
Decía Unamuno aquello de “venceréis, pero no convenceréis”. Y esa es la gran victoria de los libros. Que la injusticia puede ganar una batalla, pero nunca la guerra. Mientras haya un escritor dispuesto a contar la verdad, mientras haya un lector dispuesto a escucharla, la lucha sigue en pie. Porque la literatura, cuando es de verdad, no solo se lee. Se clava. Se queda. Y nos obliga a recordar que el mundo no
es justo, pero puede serlo. Si no dejamos que nos lo cuenten otros.
JMG