"Explorando el mundo a través de la pluma y la poesía"
IMPONIENDO LA LEY EN BELGRADO
Publicado el 5 de Noviembre de 2024
El fútbol, ese juego de orgullo y de estados de ánimo, ha encontrado al Barça en su mejor versión: confiado, imparable y rebosante de autoridad. La Champions, ese escenario que exige grandeza y coraje, pedía una nueva conquista lejos de casa, un golpe en la mesa para recordarle al continente quién es el que manda. En Belgrado, ante un Estrella Roja que sucumbió como humo en la tormenta, el equipo de Hansi Flick impuso su ley sin miramientos. La afición local, que alguna vez soñó con silenciar a los grandes, se encontró con un marcador demoledor que apagó su aliento y que no dejó rastro de Maksimovic, quien, retador antes del partido, terminó sepultado bajo la brillante actuación blaugrana.
La pelota, sabio juez, dictó sentencia desde el primer minuto. Y el Barça, poseedor del arte de saber qué hacer con ella, la dominó ante un rival que sólo esperaba, agazapado, confiando en algún error ajeno. Pero errores no hubo, y sí una lluvia de goles que podrían haber sido aún más. Lewandowski, en su faceta de cazador, firmó un doblete; Raphinha, desde su atalaya, miró y disparó como un francotirador. Y Koundé, incansable en el flanco derecho, volvió a demostrar que además de defensor, aspira a ser un artífice de asistencias. Tres goles en media hora; una sentencia ejecutada con precisión quirúrgica que sellaba la aspiración de Flick de estar entre los mejores de Europa.
El técnico alemán, fiel a su libreto, alineó a los suyos con tres retoques: Koundé y De Jong recuperaron su lugar, mientras que el joven Gerard Martín sorprendió al ocupar el puesto de Balde. En una grada que clamaba con entusiasmo por Maksimovic, de apenas 17 años, Lamine Yamal encontró en la hostilidad un nuevo escenario para su talento. Desde el inicio, el joven catalán hizo vibrar al Barça con su dinamismo, arrancando con un remate que obligó al arquero a emplearse a fondo. La respuesta del Estrella Roja fue breve y anulada; una jugada que terminó en fuera de juego dejó a los locales sin aliento antes de que los de Flick les pusieran contra las cuerdas.
Iñigo Martínez, adelantándose en un balón parado, puso el primero con un cabezazo cruzado que enmudeció el estadio. Este Barça juega sin miramientos, como una jauría en busca de su presa. La presión, la recuperación, el disparo… todo parecía fluir como un río. Raphinha, dueño de un cañón en su pie derecho, intentó un gol olímpico, y minutos después lanzó un latigazo que rozó el gol. El Barça olía a peligro y tenía hambre de goles.
Pero el destino es caprichoso y, en un desajuste fatal, el Estrella Roja, que había hecho poco más que reclamar un penalti inexistente, consiguió armar una jugada que terminó en el empate, con Silas mandando el balón a las redes. Era sólo un espejismo, pues el Barça continuó su dominio con nuevas embestidas: Lewandowski estremeció a la grada con sus intentos, y Lamine se sumaba al asedio. Entonces, en el ocaso de la primera mitad, el mismo Raphinha, con un disparo seco que rebotó en el poste, dejó el balón servido para que Lewandowski, siempre al acecho, rematara a placer. El Barça se iba al descanso con el marcador a favor, y en Belgrado nadie dudaba de que el partido estaba decidido.
La segunda mitad fue un desfile blaugrana. Pedri y Lewandowski rozaron el gol en los primeros minutos hasta que el polaco, en su papel de depredador del área, y Raphinha, siempre implacable desde la frontal, finiquitaron el encuentro con dos goles más que pusieron el broche a una actuación imperial. Belgrado, un infierno para muchos, se rindió al juego del Barça.
La historia ya estaba escrita. El Barça firmaba su tercera victoria consecutiva en Europa, rompiendo cualquier superstición de maldición en campo ajeno y sellando su destino entre los grandes. Ni siquiera el gol de Milson, o la sustitución de Cubarsí tras recibir un golpe en la cabeza, logró alterar el semblante de Flick, quien sabe que su equipo está listo para lo que venga. Y así, como un tren imparable, el Barça sigue su marcha hacia la gloria, dejando tras de sí un estadio en silencio y a Europa con un mensaje claro: este Barça va en serio.
JMG