"Explorando el mundo a través de la pluma y la poesía"
Publicado el 7 de Febrero de 2025
Mestalla, plaza donde alguna vez se lidiaron fieras indomables, se convirtió en un camposanto futbolístico en el que el Barcelona, sin piedad ni remordimiento, volvió a pasar a cuchillo a un Valencia irreconocible. Cinco estocadas a la ilusionada parroquia blanquinegra, que, como un soldado bisoño, aún no había olvidado la masacre del 7-1 en Montjuïc y sin embargo, volvió a alistarse en una batalla perdida de antemano.
Carlos Corberán, en un alarde de valentía o inconsciencia, salió con todo. Tres centrales, Diakhaby recuperado para la causa, presión alta y un Mestalla encendido con la ilusión de la Copa como último refugio. Pero enfrente, el Barcelona de Flick no entiende de compasión. Tres minutos duró el plan del Valencia, exactamente lo que tardó Balde en descubrir la autopista vacía hacia la portería de Dimitrievski. Ferran Torres, el hijo pródigo que esta vez no pidió permiso para entrar en casa ajena, se encargó de ejecutarlo.
El segundo golpe llegó en el minuto 18, tan letal como inesperado. Un disparo de Lamine Yamal que besó el palo y un rechace que cayó en los pies de Ferran. La euforia de la grada quedó atrapada en el silbato del árbitro, que invalidaba el tanto por fuera de juego de Raphinha. Pero en tiempos de VAR, las ilusiones mueren despacio, y la revisión concedió lo que la mirada humana había negado. Gol. 0-2. Y la certeza de que aquella noche iba a ser larga, muy larga para el Valencia.
En el centro del campo, Pedri y De Jong jugaban a otra cosa. Como aquellos duelistas experimentados que se mueven con elegancia mientras esperan el momento de lanzar el estoque. Cada pase, cada movimiento, un hachazo a las esperanzas valencianistas. Mientras tanto, Guillamón y Pepelu se arrastraban como soldados en retirada, sin plan ni respuestas. Ni siquiera las tarascadas desmedidas de Guillamón a Pedri sirvieron para frenar la tormenta azulgrana.
Fermín, tras un gran control y un disparo seco, firmó el 0-3. En la grada, los primeros silbidos. Cuando Ferran, en una mezcla de sadismo y precisión, clavó el cuarto en la escuadra, algunos optaron por buscar refugio en la salida más cercana. No les culpo.
El descanso fue un respiro para unos y una anécdota para otros. La segunda parte solo sirvió para regodearse en la tragedia. Mestalla, orgulloso y dolido, intentó sacar algo de honra con un par de intentonas de Sadiq, pero ni la fortuna ni el reglamento estuvieron de su parte. Y cuando parecía que el marcador ya no se movería, Lamine Yamal, la perla precoz, encontró la forma de ponerle el sello final a la debacle. Un disparo que tocó levemente en Diakhaby antes de besar la red. 0-5. Más espectadores en la salida que en la grada.
El Barcelona, implacable, sacó el billete a semifinales sin despeinarse. El Valencia, por su parte, se marcha de la Copa con la sensación de haber sido un mero figurante en la película de un verdugo sin escrúpulos. Y en Mestalla, mientras se apagaban las luces, flotaba la eterna pregunta: ¿cuánto más habrá que esperar para que vuelva el Valencia que no se arrodillaba ante nadie?
JMG