"Explorando el mundo a través de la pluma y la poesía"
Publicado el 18 de Enero de 2025
La noche era fría, la grada rugía con esa furia contenida que sabe a revancha. Montjuïc había sido un oasis de gloria días atrás, pero aquí, en el Coliseum Alfonso Pérez, el Barça se encontró con el hierro frío de la realidad. 1-1. Otro empate amargo en un campo que parece maldito. El equipo de Hansi Flick, que hace apenas una semana aplastaba rivales en la Supercopa y la Copa, vuelve a la Liga con el pie cambiado, arrastrando un lastre que empieza a ser preocupante.
El Barça no es el de Arabia. No es el equipo que maravilla, que ataca sin descanso. Aquí, en Getafe, el guion era otro: el de la muralla azulona, la trampa perfecta tejida por José Bordalás. El Getafe no entregó nada, salvo un pasillo protocolario a los campeones de la Supercopa. Después, puro veneno: un 4-1-4-1 infranqueable y mil arañazos a cada intento culé.
El inicio prometía. Apenas habían pasado diez minutos cuando Jules Koundé, con la fe de los que no se resignan, se lanzó al ataque con un desmarque que descolocó a los defensores. Pedri, con ese don que mezcla precisión y poesía, le sirvió el balón como en bandeja. El francés remató en dos tiempos, con fortuna, sí, pero con determinación. Era el 0-1, y por un instante pareció que el Barça iba a recuperar la sonrisa.
Pero el Getafe es un equipo que no se rinde. Lo suyo es el combate cuerpo a cuerpo, el desgaste. Y a la media hora, en una jugada sucia pero efectiva, encontraron el empate. Un balón colgado, un rechace, una volea, y el gol de Arambarri, que llegó como un mazazo. Iñaki Peña, hasta entonces impecable, no pudo hacer más.
El descanso no trajo claridad. Flick movió el banquillo buscando chispa. Frenkie de Jong entró por Casadó, y más tarde Dani Olmo reemplazó a un Gavi que se fue al límite, como siempre. Pero el Getafe tenía el control del tiempo. Cada falta, cada protesta, cada segundo perdido era un paso más hacia el empate.
Lamine Yamal, ese chico que parece tener un universo en los pies, lo intentó todo. Chutó desde lejos, regateó, buscó el milagro. Pero no llegó. Raphinha probó suerte en una falta que apenas levantó un murmullo en la grada. Y en el otro área, el Getafe contraatacaba con la ferocidad de quien no tiene nada que perder.
El tiempo se agotaba. Ferran Torres entró para buscar frescura, pero no había espacio, ni ideas. El Barça lo intentó hasta el último suspiro, pero David Soria, imperial, sacó un disparo de De Jong que parecía destinado a la red. El pitido final llegó como una sentencia, dejando al Barça con esa sensación amarga de los puntos que se escapan entre los dedos.
La Liga, por ahora, parece un campo de minas. Y mientras tanto, el Real Madrid puede ampliar su ventaja. Malos tiempos para la lírica culé.
JMG