"Explorando el mundo a través de la pluma y la poesía"
CLÁSICO PARA LA HISOTRIA
Publicado el 26 de Octubre de 2024
Había un aire de expectación, una anticipación que rozaba el nerviosismo en la noche madrileña. Los fieles del Bernabéu aguardaban con la confianza de quien cree tenerlo todo bajo control. Pero, desde el silbido inicial, el Barça de Hansi Flick demostró que no había cruzado las puertas del estadio más temido de España para jugar a la defensiva. Lo que se presenció fue una tormenta de fútbol, una orquesta bien afinada donde cada jugador sabía su papel y lo ejecutaba sin vacilaciones. Al final, un 0-4 rotundo y doloroso que retumbará en las memorias de quienes lo vivieron y lo verán en repetición por años.
Flick, imperturbable y fiel a sus principios, dispuso a sus hombres en una presión alta que muchos habrían tachado de suicida frente a la velocidad de Vinicius y Mbappé. Pero el técnico alemán entendía algo que pocos veían: este Barça no es solo una máquina de posesión, es una formación de guerreros con una defensa adelantada que, como una trampa de hierro, dejó a los blancos en fuera de juego hasta seis veces en apenas media hora. Mientras los jugadores merengues intentaban encontrar resquicios en la implacable línea azulgrana, el VAR actuaba como un escudo, anulando lo que parecían ser las únicas respuestas del Madrid. La grada empezaba a mostrar su desazón, inquieta, mientras el Barça se mantenía sereno, expectante.
Al descanso, Flick hizo un movimiento maestro. Sacó a Fermín y dio entrada a De Jong, adelantando a Pedri y soltando a Lamine Yamal para que merodeara entre líneas. Entonces, como un martillo que golpea justo en el momento preciso, el Barça arremetió con la fuerza de sus jóvenes talentos. Casadó, en un debut que pocos olvidarán, conectó un pase de leyenda con Lewandowski, quien, sin piedad, fusiló a Lunin para inaugurar el marcador. Pero el asedio no se detuvo allí. Un centro templado de Balde encontró a Lewandowski nuevamente, quien, imparable, remató de cabeza como en los grandes clásicos del fútbol de antaño. En un abrir y cerrar de ojos, el Bernabéu se sumió en un silencio que casi dolía.
Con el marcador en contra y la moral herida, el Real Madrid intentó recomponerse. Ancelotti movió sus piezas y dio entrada a Modric, buscando un último pase que cambiara el rumbo de la noche. Pero el Barça estaba desatado, y Flick, sabiendo que el rival tambaleaba, no aflojó. Dani Olmo, con una visión de campo que desbordaba a los blancos, dejó el balón en manos de Raphinha y Lamine Yamal. Era la estocada definitiva. La defensa madridista, sobrepasada y sin reacción, observaba impotente cómo la ventaja azulgrana se convertía en una goleada histórica.
En el último tramo, cuando parecía que el marcador podría ya descansar, Lamine Yamal firmó un gol que será recordado en los anales del club. Con tan solo 17 años, el prodigio de La Masia colocó el balón en la escuadra y selló el tercero en una jugada que pareció irreal. Raphinha cerró la cuenta en un movimiento preciso y calculado, dejando a Lunin sin opciones y al Bernabéu abatido. Las pocas voces barcelonistas que se atrevieron a celebrar en el coliseo blanco comenzaron a corear un "olé" resonante, el eco del que sabe que ha vencido en territorio enemigo y que lo ha hecho con una autoridad insultante.
El mundo sabe que en esta noche el fútbol habló en azulgrana. Porque lo que el Barça de Flick presentó en el Bernabéu fue una declaración de poder y de orgullo. La brecha que separa a ambos equipos parece ahora un abismo, y bajo la dirección de Flick, la juventud y talento de esta nueva generación culé han devuelto al barcelonismo la promesa de una gloria eterna, de un sueño que se renueva y que esta noche, en Madrid, se hizo inolvidable.
JMG