El destino tiene esa extraña manía de repetir escenarios para escribir sus capítulos más inolvidables. Igual que en 2023, el FC Barcelona ha vuelto a levantar el título de Liga en Cornellà-El Prat, en el campo del Espanyol, con un gol de genio, una victoria cocinada con sufrimiento y una celebración fugaz, pasada por agua, pero con sabor eterno. La 28ª Liga ya es blaugrana.

Esta vez, el protagonista fue Lamine Yamal. Niño prodigio, artista precoz, embajador del fútbol que emociona. Él fue quien decidió que no hacía falta esperar más. Recibió el balón lejos del área, arrancó por la banda derecha y dibujó una diagonal que dejó atrás a los defensas como estacas clavadas. Cargó la zurda y soltó un disparo quirúrgico, a la escuadra derecha, imposible para Joan Garcia. Gol. Golazo. Gol de campeón.

Fue el 0-1, y ya no hizo falta más. Aunque Fermín López quiso tener también su premio, y lo tuvo: 0-2 tras una gran asistencia del propio Lamine, para redimirse del gol anulado en el Clásico. El Barça celebró lo justo: apenas unos segundos antes de que jugadores del Espanyol intentaran empujarles fuera del césped. Hansi Flick, sabio y prudente, mandó a todos al vestuario. Y como en una escena ya vivida, los aspersores se encendieron. Riego automático a los campeones. Hostilidad rutinaria.

Porque sí: el Barça volvió a ser campeón en Cornellà. Y sí: el Espanyol volvió a ser testigo y víctima. Pero esta vez, con más control. Con más seguridad. Sin invasiones, sin sardanas en el círculo central, sin imágenes que escocieran más de lo necesario. El Barça se fue con el título en el bolsillo… y con el grito de campeón en la garganta, aunque apenas se oyera en el silencio forzado del RCDE Stadium.

El partido fue duro, equilibrado, marcado por un inicio inquietante: un atropello masivo a las puertas del estadio, con 13 heridos leves, detuvo el juego en el minuto 8 por la presión de la grada local. Los Mossos y el árbitro decidieron continuar tras comprobar que no había víctimas graves. Pero el clima ya estaba cargado.

En lo deportivo, el Espanyol empezó fuerte y tuvo tres ocasiones claras. Pero allí estaba Szczesny. Gigante bajo palos. El polaco mantuvo vivo al Barça cuando aún no se había asentado. Luego, con el paso de los minutos, el equipo fue creciendo. Lewandowski lo intentó, aunque le faltó ritmo. Y fue Fermín, entrando desde el banquillo, quien sí supo encontrar portería.

El tramo final fue blaugrana, con Pedri a los mandos, Cubarsí aportando solidez tras la posible lesión de Araujo, y Lamine repartiendo fútbol y fantasía. Cabrera acabó expulsado por una agresión al propio Yamal, revisada en el VAR. Y entonces ya nadie lo dudó: la Liga era del Barça.

No ha sido una temporada sencilla. Ni brillante. Pero sí de crecimiento. De madurez. De saber sufrir. De dar espacio a los jóvenes. De confiar en un proyecto. Flick no ha alardeado, pero ha construido. Lamine ha explotado. Fermín se ha ganado su sitio. Y el Barça ha vuelto a lo más alto.

Cornellà volvió a ser el escenario del grito contenido, del título amargo para el anfitrión y glorioso para el visitante. No hubo sardanas ni invasiones. Pero sí una certeza: el Barça es, otra vez, el rey de la Liga.

JMG