"Explorando el mundo a través de la pluma y la poesía"
Publicado el 12 de Enero de 2025
Llegó el Barcelona a Arabia Saudí rodeado de la incertidumbre que siempre acompaña a los grandes momentos. La sombra de las inscripciones de Olmo y Pau Víctor pendía sobre el equipo como una espada de Damocles, y el eco de los despachos retumbaba aún en los oídos de los aficionados. Pero los azulgranas, liderados por un Flick que apenas comienza a esculpir su leyenda, se marcharon de Jeddah no solo con sus hombres inscritos, sino con un trofeo bajo el brazo y una manita histórica endosada al eterno rival.
El King Abdullah Stadium, colmado por 60.000 almas, fue testigo de una de esas noches que permanecen en la memoria. No importó el gol inicial de Mbappé ni la expulsión de Szczesny. El Barcelona se sobrepuso a todo: al marcador en contra, a jugar con uno menos, a un Gil Manzano más permisivo de lo habitual con los blancos. Lo que importó fue el cómo. Porque aquella noche, en el desierto, los azulgranas demostraron que el fútbol, cuando se juega con el alma, es capaz de doblegar cualquier destino adverso.
La tormenta desatada tras el golpe de Mbappé
El partido comenzó con intensidad, y no tardó mucho en llegar el primer sobresalto. Mbappé, ese galgo que corre como si el diablo le soplara en los talones, adelantó al Real Madrid culminando un contragolpe perfecto tras un robo de Vinicius. El gol silenció momentáneamente a los culés, pero no apagó su llama. Flick, desde la banda, mantenía la calma. No era momento de lamentaciones, sino de seguir adelante. Y eso hicieron.
Fue entonces cuando Lamine Yamal, ese muchacho que juega como si llevara toda la vida enfrentándose a gigantes, tomó la palabra. Tras un pase filtrado de Lewandowski, dejó atrás a Mendy y Tchouaméni y batió a Courtois con una sangre fría impropia de su edad. 1-1, y el Barcelona volvía al partido.
De la incertidumbre al vendaval
Apenas unos minutos después, una acción absurda de Camavinga, que golpeó a Gavi en el área, derivó en un penalti que Lewandowski transformó en el 1-2. El Real Madrid comenzaba a mostrar grietas, y el Barcelona, lejos de conformarse, olfateó la sangre. Raphinha, que ya había avisado en varias ocasiones, firmó el 1-3 con un cabezazo impecable tras un centro medido de Koundé. Y justo antes del descanso, otra contra de manual culminó con el segundo gol del brasileño. 1-4, y el King Abdullah se sumergía en la incredulidad.
Balde cierra la cuenta, Szczesny expulsado y resistencia final
Tras el descanso, el Barcelona no bajó el ritmo. Apenas comenzado el segundo tiempo, una jugada rápida entre Lamine y Raphinha dejó a Balde solo ante Courtois. El lateral no falló, y con un disparo potente puso el 1-5 definitivo en el marcador. Pero el partido aún guardaba emociones. Szczesny fue expulsado tras derribar a Mbappé en una acción que provocó el ingreso de Iñaki Peña. Rodrygo, en el lanzamiento de la falta, logró recortar distancias con el 2-5, pero el Barcelona resistió.
Ni siquiera las interrupciones constantes ni el empuje final del Madrid lograron tambalear a los de Flick. Ancelotti movía el banquillo buscando milagros, pero aquella noche los dioses estaban del lado azulgrana.
El primer título de la era Flick
Cuando Gil Manzano se llevó el silbato a la boca para decretar el final, el Barcelona ya había sellado algo más que una victoria. Había logrado un título que no solo supone una manita histórica al eterno rival, sino también un punto de inflexión de cara al resto de la temporada. La era Flick, esa que muchos miraban con escepticismo, comenzaba con gloria. Arabia quedó atrás, pero el recuerdo de aquella noche en Jeddah permanecerá por siempre en la memoria culé.
JMG