El Barça arrancó la defensa del título sin titubeos, con un 0-3 que sonó más a sentencia que a simple victoria. En Son Moix, la tarde no fue solo calurosa: ardió. El Mallorca sintió que jugaba contra once camisetas blaugranas… y un silbato. Y cuando un estadio cree que lo traicionan, cada decisión pesa como plomo.

Hansi Flick dibujó un Barça valiente, de esos que van a por el cuello desde el minuto uno. Lamine Yamal, un chaval que juega como si llevara cicatrices de veterano, destrozó su banda a los siete minutos y sirvió a Raphinha el primer gol como quien pone la espada sobre la mesa. La presión asfixiante del campeón parecía no dejar respirar a nadie, ni siquiera al propio balón.

Pero el fútbol siempre guarda un giro. Son Moix empezó a hervir con un posible fuera de banda en el 0-1, con las faltas de Araujo a Muriqi, con la sensación de que el árbitro Munuera Montero miraba para otro lado. Y justo cuando el Mallorca levantaba la cabeza, Ferran Torres cazó un balón en la frontal y lo convirtió en el 0-2, mientras Raíllo yacía en el suelo por un balonazo. El árbitro dudó, llevó la mano al silbato… y no pitó. El gol subió al marcador. La grada rugió como si aquello no fuera un partido, sino una invasión.

El destino fue cruel con los locales: doble amarilla a Morlanes por frenar a Lamine, roja directa a Muriqi tras una salida peligrosa de Joan García. Arrasate veía cómo su plan se hacía añicos, mientras el Barça se acomodaba en la ventaja y regulaba esfuerzos. Dani Olmo dio pausa, Pedri cosió el juego como un sastre fino, y Raphinha y Ferran siguieron buscando la puntilla que no llegaba.

La verdad es que el Mallorca no se rindió nunca. Quiso competir aunque le hubieran cortado las alas. Marcus Rashford, recién inscrito, debutó sin encontrar huecos, testigo involuntario de una tarde amarga. Y cuando el partido agonizaba, Lamine Yamal decidió que no se iba sin dejar su marca. Mojica ya no estaba para perseguirle, y el chaval selló el 0-3 con la naturalidad de quien firma un autógrafo.

Este Barça no solo gana: impone respeto. Tiene colmillo, tiene descaro, y tiene un chaval de diecisiete años que juega como si el balón fuera suyo desde que nació. Flick sonríe porque ve lo que quería ver: un equipo reconocible, serio, que empieza la temporada como si fuera mayo y se jugara la vida. En Son Moix lo entendieron bien: el campeón sigue siendo el campeón. Y va a costar arrancarle la corona.

JMG