DOMINIO QUE NO ADMITE RÉPLCIAS
Publicado el 20 de Julio de 2025
No hacen falta tambores ni cantos épicos, ni relatos que invoquen a héroes mitológicos. Marc Márquez Alentà (Ducati) no pide florituras; su reinado se escribe con la frialdad de los números, con la precisión de un bisturí que corta cualquier atisbo de duda. Once de doce sprints conquistados, con Portugal como único rebelde; ocho victorias en doce grandes premios; cinco dobletes que convierten los fines de semana en monólogos; 381 de 444 puntos posibles; 120 puntos de ventaja sobre Àlex Márquez, 168 sobre Pecco Bagnaia. Un noveno título mundial que ya no es una meta, sino un trámite inevitable. Esto no es una historia. Es un veredicto. La carrera arranca, el 93 toma la delantera, el telón cae. Fin.
Cada gran premio repite el mismo guion: “Si Marc no cae, gana”. Y no cae. Nunca. Ya no corre contra rivales, sino contra la perfección misma, contra el reloj que cronometra su danza y contra la expectativa de que alguien, en algún momento, logre ponerle un freno. Pero no pasa. No parece posible. Ducati ha forjado un misil vestido de moto, la joya indiscutible de la parrilla, pero no todas las Desmosedici rugen igual. Las demás tartamudean, persiguen, se resignan. La diferencia no está en el chasis ni en el carbono; está en el pulso de Márquez, en esa mente que traza cada curva como un jaque mate en un tablero de asfalto.
En Brno, todo comenzó como siempre: cuarto en la parrilla, con la calma de quien sabe que el juego es suyo. Tres curvas bastaron para reescribir el orden. Bagnaia, Bezzecchi, todos quedaron atrás, superados por un trazo limpio, sin alardes, sin un solo gesto de más. Luego vino la rutina de siempre: tiempos de 1:54, constantes como un metrónomo, medio segundo por vuelta que se siente como una eternidad. Bezzecchi resistió lo que pudo, Acosta peleó con garra, pero a mitad de carrera el desenlace ya estaba firmado: 2,3 segundos de ventaja. Al final, cinco. Otro capítulo cerrado con el 37 brillando en el marcador. Los demás también corrieron, claro. Bezzecchi, con su Aprilia, fue un segundo digno, pero a años luz del primero. Acosta, por fin en el podio, dio un respiro a KTM y un destello de lo que está por venir. Jorge Martín, de regreso tras 98 días, arañó un séptimo puesto, prueba de que el talento no se oxida, aunque el cuerpo pida tiempo. Raúl Fernández brilló entre los privados, sólido y con arrestos. Àlex Márquez, en cambio, se perdió en un domingo opaco, viendo cómo el sueño del título se le escapa como arena entre los dedos.
Con 70 victorias en su haber, en Motogp, 96 en el total de su carrera, Marc Márquez no corre hacia un título; lo reclama como quien recoge lo que es suyo. No se trata de si será campeón, sino de en qué curva, en qué circuito, bajo qué bandera al viento sellará su novena corona. Hasta ese día, la sinfonía seguirá sonando igual: la luz se enciende, Marc acelera, el resto observa. Y la historia, una vez más, termina con él en lo más alto, como si el asfalto no conociera otro nombre.
JMGH